Hoy, 27 de enero, es el cumpleaños de una gran amiga y compañera: Nuria Hernández.
Muestra de su generosidad es que nos regala un capítulo inédito de su novela Conchi-19 titulado El cumpleaños. Espero que lo disfruteis tanto como yo.
27 de enero de 2020
Castellbisbal
Este año el cumpleaños de Nuria ha caído en lunes y se ha tomado el día libre en el trabajo. «Por primera vez —se había dicho al regreso de vacaciones—, pienso darme el lujo de disfrutarlo sintiéndome dueña de todos los minutos de esta jornada, sin obligaciones ni problemas».
Su aniversario anterior, el de los cincuenta, se apuntó a la moda de las fiestas sorpresa multitudinarias y quiso celebrarlo a lo grande con familia y amistades en la Mónica. Esperaba el evento con la ilusión de una niña y quería asegurarse de que fuera tal como deseaba, por lo que dejó poco margen para la sorpresa, planeando y organizando todo en equipo con su marido y sus hijos: lugar, día, hora, menú. También se tomó la licencia de sugerir algunos regalos que le gustaría recibir. Como invitada a decenas de celebraciones, sabía lo complicado de acertar el presente ideal así que dejó un post it en la nevera con su lista de deseos.
—Otra cosa que tengo muy clara —les dijo—, es que nada de noche temática, disfraces, ni decoraciones. Tampoco quiero vídeos recopilatorios de fotografías, ni pantallas gigantes con mensajes grabados de quienes no han podido venir.
—¡Sí, hombre! —interrumpió Clàudia.
—Nada, nada... Si estábais pensando algo de eso, ya lo podéis borrar de la lista de sorpresas.
—Jolines, mama, pero eso le quita toda la gracia —protestó de nuevo su hija, a quien le gustan las fiestas con toque personal y cree que los vídeos de fotos son un momento emotivo que no puede faltar.
—La gracia, la gracia… —dijo Nuria—. La gracia se la damos nosotros, viviendo el presente, disfrutando de la compañía y sin complicarnos la vida antes ni después. Todo eso no es más que robarle tiempo a la gente, incluídos vosotros, y nada más lejos de mi intención.
Por último, elaboró una relación de personas y se la entregó a Quique, dejándolo estupefacto:
—Ah, ¿pero la lista de invitados también me la vas a dar? —le preguntó con sorna.
—¡Desde luego! No quiero echar de menos a nadie esa noche. Tampoco que invitéis a alguien pensando que a mí me haría ilusión y yo no le encuentre sentido a verle allí. O lo que es peor, que no me apetezca siquiera. Las fiestas sorpresa están llenas de invitados prescindibles, fuera de lugar, y tienen importantes ausencias en las que solo repara la protagonista.
—No, no, si por mí, estupendo —dijo Quique, meneando la cabeza de arriba abajo—. Ya le estábamos dando vueltas y no es fácil. Menudo marrón nos has quitado de encima.
—¡Tus deseos son órdenes, mama! —respondió Fidel imitando el saludo militar.
—Eso, eso, —rió Clàudia—. Y si las órdenes están claritas, mejor que mejor.
Nuria considera que la música es un ingrediente fundamental en las fiestas y quiso que la banda sonora esa noche fuera fiel reflejo de su historia. Dedicó los ratos libres de la semana previa a preparar una lista de Spotify de cinco horas de duración y seleccionó las canciones que iban a sonar durante la velada. Empezó por su primer hit, Llorando por Granada, de Los Puntos, que la transporta a su niñez; después recopiló grandes éxitos del pop de los ochenta, que la llevan al estudio de radio de El Papiol, una de las emisoras locales que surgieron por entonces, donde pasó cientos de horas, llena de adrenalina, presentando radiofórmula y magazines, con sus palabras emergiendo, a veces pausadas y otras frenéticas, experimentando en un medio en el que, a los quince años, se imaginaba para siempre rodeada de muros de cristal, micrófonos, auriculares, mesas redondas y bombillas rojas anunciando «en el aire». Nunca olvidará cuando entrevistó a Vicky Larraz, la cantante de Olé Olé, que triunfaba con su No controles y la hizo sentir toda una periodista con apenas dieciséis años. Tanto se entusiasmó con el recorrido musical de su vida, que la lista llegó a durar doce horas y le costó horrores reducirla a menos de la mitad.
Sentía que lo tenía todo previsto y que se lo ponía fácil a todo el mundo «va a ser un día especial, lleno de sorpresas», se decía convencida. Confió en Mónica y su equipo, que dispusieron y decoraron el local con un gusto exquisito, prepararon un espléndido buffet de comida y bebida y ayudaron a que todo fluyese. Aquella noche se sintió dichosa, viendo gente charlando y riendo, mirase donde mirase. Se la veía feliz, muy feliz, al contemplar en un mismo espacio a las personas que la habían acompañado en las diferentes etapas de su vida, las que ya estaban cuando llegó al mundo y las que se fueron uniendo a su familia, la de sangre y la escogida; las que habían llenado su mochila de experiencias, risas, llantos, recuerdos imborrables. Tan solo faltaron unas pocas que no pudieron salvar los kilómetros que las separaban, aunque las sintió como si estuvieran allí. También le llegó el amor y la bendición de su padre, al que echó de menos como en todos los momentos especiales que ya no había podido compartir con él. Sintió que todo había sido perfecto, que su cincuenta aniversario había superado con creces lo que su mente creadora había podido imaginar.
De eso hace justo un año y lo recuerda con intensidad en su mente, corazón y entrañas, como si hubiera ocurrido hace apenas unos días.
La semana pasada miró su agenda de trabajo de hoy y, como no tenía ningún compromiso ineludible, le pidió permiso a la directora para saltarse la reunión de equipo y tomarse el día libre.
—Claro, Nuria, ningún problema. Pásalo bien y disfruta de todo lo que tienes —le dijo con melancolía.
Àngels perdió a sus padres en un accidente de tráfico, cuando era una adolescente. En una mañana de confidencias le había explicado a Nuria que sufrió tal desgarro con esa pérdida y quedó tan traumatizada, que decidió no tener hijos para evitarles tal dolor si a ella le ocurriese algo. A veces le dice que envidia su vida familiar y le aconseja que la cuide todo lo que pueda.
Nuria ha planificado todo lo que quiere hacer para aprovechar el día al máximo. Se ha levantado a las ocho y ha desayunado sin prisas. Se ha dado un baño con sales y ha hecho su meditación favorita de Deepak Chopra, conectando con sus deseos y proyectando su vida. Se ha secado y planchado con esmero su media melena, brillante y recién teñida de un color muy próximo a su castaño natural que siente que la favorece. Se ha puesto un cómodo vestido negro, se ha aplicado un fondo de maquillaje, ha perfilado sus párpados con una discreta raya negra y se ha pintado los labios de rojo carmín.
Envía un mensaje a su madre:
«Salgo en cinco minutos. Ve bajando».
Sube con el coche a buscarla serpenteando la zona de casas adosadas y el parque conocido popularmente como «los Teletubbies», formado por montículos cubiertos de césped iguales al paisaje del programa infantil de finales de los noventa en el que cuatro muñecos corrían y se abrazaban todo el tiempo. Bordea la rotonda del colegio Mare de Déu de Montserrat, donde la profesora de gimnasia hace trotar alrededor de la pista de básquet a un grupo de unos diez años, aprovechando que luce el sol y la temperatura es benévola en esta mañana de invierno. Pasa junto al bar de su prima Mónica, que ha salido a la puerta a fumar un cigarrillo y la saluda con efusión. Deja a la izquierda el parque de Folch i Torres, junto al Ayuntamiento, y las paradas del mercadillo, que hoy no visitarán porque tienen otros planes.
Se dirigen al Centro Comercial Sant Cugat, donde aprovechan el último coletazo de las rebajas para comprar un vestido y unas camisetas que Conchi ha querido regalar a su hija. Nuria para en la librería. Ojea, abre y revisa con fruición algunos títulos que conocía y otros que le han llamado la atención, con el placer que le da curiosear por una tienda repleta de volúmenes. Le gusta mucho comprar en pequeños establecimientos de barrio y disfruta encargando obras en La Barretina, la librería de su pueblo, pero le fascinan estas inmensas superficies del conocimiento y la literatura. «Me perdería durante horas curioseando entre estanterías y mesas de novedades», piensa mientras su madre la sigue con impaciencia y un leve rictus de dolor. Ve un cartel anunciando la próxima publicación de la nueva novela de Elvira Lindo, su escritora favorita, y sonríe anotando mentalmente la fecha en que podrá deleitarse con ella. Coge un ejemplar de Las hijas del capitán, de María Dueñas; hace meses que deseaba leerla. Sigue el recorrido por la tienda y un hombre de mirada transparente y sonrisa plena la llama desde la portada de un libro. No le conocía, pero la atracción ha sido máxima, siente que la va a ayudar en su camino; también se lo regala.
—¿Qué libro es ese? —pregunta Conchi.
—Los ochenta y ocho peldaños de la gente feliz.
—Pues vaya título… —responde negando con la cabeza, mirando el reloj—. Venga, chiquilla, que aquí se nos van las horas y la mañana se nos echa por alto.
Nuria disfruta caminando por el amplio y abierto pasillo, contemplando el suelo de mármol brillante, respirando hondo, disfrutando los aromas que le llegan al pasar por cada uno de los locales, especialmente el de una tienda de té o las perfumerías, donde se mezclan distintas fragancias en una sutil combinación que su potente olfato aprovecha para recordarle lo intenso que puede ser cualquier momento.
Un par de horas después, recogen a Clàudia de la universidad, en un acto insólito que la ha hecho sentir muy especial, y se dirigen a una pizzería de la cadena favorita de su hija.
—¡Qué pasada, mama! Un lunes y nosotras aquí, como tres reinas —exclama ojeando la carta, como la niña que mira los catálogos de juguetes sin poder decidirse por ninguno porque todos le entusiasman. —A mí me apetece una pizza, pero es que la pasta la hacen tan rica, que no sé qué pedir. ¿Tú qué quieres, yaya?
—Yo con una ensalada de estas tan completitas tendría bastante, ¡y ni me la acabaré!
—Pues nada —responde Nuria, pletórica—, si os parece, pedimos pasta, pizza y una ensalada. Lo compartimos y así probamos un poco de todo.
—Por mí lo que pidáis estará bien —dice Conchi, con una sonrisa que le llena la cara.
—¡Perfecto! —exclama Clàudia.
Nuria las mira y siente que el mundo se ha detenido por unas horas, que las tres disfrutan el momento repletas de una infinita energía capaz de vencer cualquier problema, preocupación o dolor.
«Juventud, madurez y experiencia —piensa al contemplar la escena—, una combinación perfecta para transitar y gozar al máximo la vida. “Míranos, papa —le dice mentalmente a su padre, esbozando una sonrisa—: aquí estamos tus tres mujeres, tomando la una de la otra lo que nos falta, disfrutando como a ti te gustaría que lo hiciéramos”. El secreto —sigue pensando mientras ve a su hija y su madre saborear el tiramisú que les acaban de servir— está en abrir mente, corazón y alma para volver a vibrar con la pasión de la juventud, sentir la seguridad de la madurez y captar la serenidad de la vejez; consiste en cargar el equipaje justo y necesario, intentar desechar todo lo que no aporta nada y vivir con intensidad, motivación y esperanza». Mientras se hacen un selfie, desea detener el instante, convencida de que esas tres mujeres juntas forman un equipo perfecto. Y desearía que fuese eterno.
Por la tarde siguen celebrándolo con Quique y Fidel en el comedor de Conchi. Nuria y Quique preparan unos cafés en la cocina, Clàudia coloca las velas sobre una tarta Sara, la favorita de su madre; Conchi se queda con Fidel en el comedor, ponen la mesa y sacan tazas, platos y copas de cava de la vitrina, en un acto que parece mil veces practicado. Él entra en Youtube desde su móvil, busca el Cumpleaños Feliz de Parchís, lo pone en marcha con un sonido apenas imperceptible y se lo acerca a la oreja a su abuela con una sonrisa de complicidad.
—Fidel, ¿tú cómo tienes en el móvil esa música de cuando tu madre era pequeña?
—¡Abuelaaa!, ¿todavía no te ha explicado Clàudia lo que es YouTube? —bromea entre susurros el joven.
—¡Qué va! A mí del yutú ese no me ha explicao todavía na —y le mira interrogativa mientras él le explica con detalle cómo encontrar todo tipo de vídeos—. ¡Madre mía! ¡Pero si en el móvil está to! —exclama, produciendo en su nieto una sonora carcajada—. Ay, mare de Déu… —remuga—. Por cierto, ¿cuándo te vas a vivir a Barcelona? Ya no me has vuelto a explicar na…
A Fidel le coge por sorpresa la pregunta, hace días que no piensa en ese tema y lo había olvidado por completo. Su risa se apaga al instante.
—Ah, lo de la casa —contesta negado con la cabeza—… No va a poder ser, yaya. Piden mucho de alquiler y no podemos pagarlo.
—¡Vaya hombre! —se lamenta la mujer—. Pues quien algo quiere, algo le cuesta. ¿Tú lo sabes, no?
—Sí, lo sé, yaya, pero no es tan fácil. Con nuestros sueldos, no vamos a ninguna parte.
—A mí me vas a decir tú lo que es fácil y lo que no; pues claro que no es fácil. Echar números, buscar más trabajo... ¡Lo que sea! A veces hay que hacer sacrificios, como yo digo... Vaya, que yo no quiero meterme en na, pero que si esperas que todo te venga llanito en la vida, ¡te puedes quedar esperando!
Clàudia pide a sus padres que vayan al comedor y lo dejen a oscuras. Enciende las velas y se dirige hacia allí con la tarta. Quique apaga la luz, dejando que tan solo las farolas de la calle iluminen la estancia a través de las cortinas. Cuando aparece la tenue llama del pastel, Fidel sube el volumen de la canción y mira el rostro dichoso de su madre. Nuria cierra los ojos. No oye la música, solo le llega el palpitar de su corazón. Pide un deseo y sopla muy fuerte, con la inocencia de su niña interior, con el convencimiento pueril de que apagar las velas con energía bastará para tener el viento a favor hasta su próximo aniversario.
Castellbisbal, 27 de enero de 2023
Nuria Hernández Casado, autora de Conchi-19
Si quieres hacerte con la novela completa, te dejo aquí un enlace para que eches un vistazo. Solo tienes que pinchar sobre la imagen de la portada que te he puesto aquí abajo.
Como curiosidad, decirte que la mujer que aparece fotografiada es la auténtica Conchi y puedo asegurarte que es para llevársela a casa.