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GRANDES ESPERANZAS

GRANDES ESPERANZAS

Jane Austen no me conocía y, aun así, creo que leyó en mi futura alma la mayor de mis inquietudes:

Las esperanzas o expectativas.

Me ha costado más de medio siglo y una buena charla con mi hermana ser consciente de que las expectativas representan el mal, sean grandes o pequeñas. Esa manera de hacer cine en nuestra cabeza con mil fantasías que se pueden torcer. 

No importa si se trata del futuro brillante de un recién estrenado retoño, del éxito de tu nuevo libro o de la estúpida certeza de que te va a tocar la lotería a pesar de que las probabilidades en contra sean infinitas. 

Nosotros seguimos lustrando unas expectativas que están fuera de nuestro alcance. No tengo muy claro si es porque somos unos zoquetes cabezones o porque seguimos creyendo que el Ratoncito Pérez tiene de verdad una casa en el centro de Madrid.

Podríamos añadir una tercera opción: nuestro empeño por agarrarnos a lo imposible para justificar por qué nunca estamos satisfechos con lo que tenemos. 

"Soñar es gratis", dicen; y es cierto, pero dejémonos claro que es un SUEÑO. La imaginación es una poderosa compuerta para aliviar los males lógicos de la vida real. Puedes utilizarla en tu propio beneficio o para que te haga más daño. Es aquí donde entran los guionistas que desean emular las películas de Stephen King y que se inclinan por empeorar la realidad. Esas personas que cuando un hijo adolescente no contesta a su llamada o mensaje al instante ya están convencidos de que a su angelito le ha pasado algo terrible. Jamás se plantearían que la criatura en cuestión está dándolo todo con sus amigos y que lo último que le apetece es entablar una conversación con la pesada de su madre. 

Lo que esa madre pretende es que su hijo no corte nunca el cordón umbilical y eso va contra natura. Es más, se arrepentirá si no lo hace y con cuarenta años sigue teniéndolo de okupa y preparándole el almuerzo.

En otro orden de cosas, podríamos hablar del éxito, ese que se nos resiste muchas veces. ¿O no? Definamos éxito. Mejor lo dejo, ya hablé de él hace un par de decenas de posts. 

Si no asciendo en mi trabajo la culpa es de mi compañera que le hace la pelota al jefe. Jamás reconoceré que estoy menos capacitada. 

Si no vendo suficientes ejemplares de mi libro o no consigo que quien sea lo mencione en redes es porque el mercado literario es una cueva de ladrones. Cómo voy a reconocer que no he hecho lo suficiente por esa novela o ensayo. Es mucho más sencillo culpar a los demás que hacer un pequeño análisis de situación y ser sincera conmigo misma.

Cuando todas las semanas veo cómo pierdo dinero en la lotería en lugar de llenar mis bolsillos lo achacaré a la mala suerte que se resiste a mirarme de frente. Si le han tocado 40 millones a un señor de Alcobendas, también me puede tocar a mí. Y de ahí no me saca nadie.

Las arrugas que he conseguido con poco esfuerzo me están enseñando grandes lecciones. Una de las más importantes es que casi nada de lo que me sucede es casual o fruto de la mala fortuna, sino que es consecuencia de mis actos o mis decisiones. Y me estoy dejando la piel en dejar esta enseñanza instalada en lo más profundo de mis hijos. Porque ya están en edad de enfrentarse al mundo solos y es bueno que tengan siempre a mano este recurso. 

A ti, lector, te pediría que reflexionaras sobre esta pequeña píldora de sabiduría popular. No dejes que las expectativas no te dejen ver el bosque.

 

 

 

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