Mar del Olmo

Amiga menopausia

menopausia

Soy mujer, autónoma, escritora y menopáusica; tengo dos hijos adolescentes, que están para regalarlos, y ya he cumplido los 50 hace...¡qué más da!

No se si me quedará mucho por hacer en esta vida, pero espero que no sea muy difícil porque ya no estoy en la cresta de la ola.

Toda esta reflexión viene porque, te guste o no reconocerlo, las mujeres somos muy de pensar. De darle a todo muchas vueltas, compitiendo a diario con la centrifugadora de la lavadora. Yo creo que un alto porcentaje de las arrugas que nos salen se deben a tantos pensamientos recurrentes. 

Y a mí me ha dado por pensar en uno de los temas tabú, sobre todo si te encuentras en mi colectivo de mujer añosa:

La menopausia.

Porque esta etapa del desquicie hormonal femenino está más olvidada que los codos a la hora de embadurnarse de crema hidratante.

Con ella pasa como con la muerte, que nadie la menciona y terminamos temiéndola. Como sucede con todo aquello que desconocemos.  Es un ¡¡¡uuuu!!! que te va a llegar la menopausia, y entonces ya verás.

Pasamos del coñazo del ¡hola soy tu menstruación! al ¡hola, soy tu menopausia y acabo de romper tu termostato  interior, y no tiene arreglo!

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¿Es acaso este el castigo por haberla liado en el Paraíso? ¡De verdad merece tanto sufrimiento una manzana!

Sí, ser mujer, en lo hormonal, es un yugo muy pesado. En edad fértil, todos los meses tienes muchas posibilidades de sentirte hinchada, sufrir dolores de cabeza o de ovarios, o ambos, y por supuesto, padecer las impertinencias del género contrario achacando cualquier reacción que tengas a «esos días del mes».

El día que entra en tu vida la menopausia tienes sentimientos encontrados. Por un lado, la liberación de la esclavitud menstrual, por otro, el miedo que provoca la ignorancia por lo que viene.

 

¿Qué le pasa a la mujer con la llegada de la menopausia?

 

Normalmente, los efectos son bastante evidentes:

  • Pérdida de la menstruación, obvio.
  • Aumento de peso, no a todas, pero sí a muchas.
  • Aparición de sofocos, o el mal hecho calor.
  • Pérdida de masa muscular y ósea.
  • Sequedad allá por donde quieras mirar.
  • Posibles pérdidas de memoria.

 

Estos son los más generales. Es probable que cada mujer tenga luego sus particularidades.

Y que luego venga alguna eminencia y me diga que nos quejamos de vicio…

Menos mal que, a pesar de tanta miseria, cuando entramos en la menopausia nuestra mente está en la cresta de la ola. Si no fuera así, creo que la esperanza de vida de las féminas sería bastante más corta que la de nuestros queridos compañeros masculinos.

Debo confesar que de todos los signos de la menopausia, solo me falta el de la pérdida de memoria. Mi cabeza, de momento, guarda todos los recuerdos, buenos y malos.

Así, puedo sacar los trapos sucios en las discusiones con todo el mundo y llevarme el gato al agua. Con esta nueva normalidad y el no poder relacionarse mucho con los amigos, discutir con mi familia más cercana (y ganar) se está convirtiendo en mi mayor pasatiempo.

Lo cierto es que la menopausia me está volviendo un poquito mala leche. Y eso que llevamos juntas más de ocho años, que se dice pronto.

Cuando la menopausia aparece antes de los 45 es menopausia precoz.

Es como ser un Mozart del trastorno hormonal, pero sin pena ni gloria. La mía fue bastante precoz. Y no me dieron ni una pastillita con la que pasar el trance en mejores circunstancias. 

En la era de la infoxicación, que no es ni más ni menos que una intoxicación por exceso de información, en lo relativo a la menopausia no sabemos ni la mitad de lo que deberíamos. 

No nos avisan lo suficiente, al menos a las mujeres de mi generación, del desastre que se ocasiona en el suelo pélvico si no le has prestado la suficiente atención; porque se trata de otro gran desconocido.

Ahora todas las mujeres están perfectamente informadas de lo que es y de que hay que ejercitarlo antes y después de un parto. Y si nunca has parido ni lo piensas hacer, también.

Pero cuando mis amigas, mis hermanas, mis primas o yo misma parimos a nuestros retoños nadie nos habló de la ley de la gravedad de los genitales y los músculos que sustentan los órganos y fluidos urinarios. Y paríamos así, ¡a lo loco! Y no acudíamos después al fisio a hacer hipopresivos ni ejercicios de recuperación de nada porque desconocíamos que hubiéramos perdido algo.

Bastante teníamos con aprender a manejar al bebé.

Si nos hubiéramos preocupado en hacer ejercicios para recuperar el músculo perdido, probablemente no llevaríamos las compresas para pérdidas de orina.

Ese drama que es hacerse pis por cualquier acto reflejo. Algo tan cotidiano como estornudar es una prueba de resistencia mental.

Imagina la primavera. La alergia se convierte en tortura, en una experiencia más dolorosa que la de Meryl Streep en La decisión de Sophie. Por cierto, si no has visto esa película, no la veas. Espérate a un día que estés de tan buen humor que pienses que nada te lo puede estropear. Porque es de las que te hacen llorar a mares. 

Pues eso, que la primavera está sobrevalorada. Viene con todos sus pólenes, sus insectos y sus alergias. ¡Horror! ¡alergia! ¡estornudos!

Menopáusica, tú que tienes el suelo pélvico por los suelos (valga la redundancia) para ti estornudar es una cuestión de estado. Porque no sabes si prefieres contener los mocos o la orina en su sitio. No sabes si es oportuno llevarte la mano derecha a la nariz y la izquierda al unicornio, en un vano intento de contención, o dejarte llevar por los encantos de los anuncios de la Tena Lady y que todo fluya...

Otra maravilla que te deja la menopausia es la pérdida del sentido de la temperatura.

Sí, amiga, hablo de los sofocos.

¿Qué son los sofocos?

Parecen una tontería, pero son muy difíciles de aceptar. Se trata de un golpe de llamaradas infernales, un ponerte el cuerpo a 120º, más allá de la ebullición y sin causa justificada o aparente. Porque llegan cuando menos te lo esperas y siempre en momentos poco apropiados. Porque no es agradable sentir que te suda el bigote, la frente, la nuca, y que una gota de sudor recorre tu espalda despacito. Ahí, regodeándose. ¡Será cabrona! Hasta perderse por donde no debería jamás andar una gota de cualquier líquido que no sea el agua de la ducha.

Da igual que estés en plena montaña en enero y caiga una nevada espectacular, si un sofoco decide visitarte, date por alcanzada por el fuego interior.

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Muchas de nosotras recurrimos al invento anti sofocos por antonomasia: el abanico.

Un objeto tan bonito y con tanta connotación en las historias de amor de nuestras abuelas, hoy son un signo claro de tu edad y tu estado hormonal. Una declaración de intenciones. Un chivatazo sin necesidad de DNI.

Por la noche, al igual que las pesadillas, los calores te pillan desprevenida. No importa que fuera de la ropa de cama haya temperaturas bajo cero, tú solo sientes la necesidad de quitarte ese pijama que se pega a tu cuerpo por culpa de un desagradable y copioso sudor. Y nosotras odiamos sudar

Ahí, medio en pelotas, es cuando surge el tercer problema de la menopausia: la falta de deseo sexual.

¿Se pierde el deseo sexual en la menopausia?

Lo siento, si a alguna se le mantiene la libido en el ático de las emociones, que me cuente cómo lo hace. Sobre todo si lleva con la misma pareja media vida, o más.

Si ya es difícil mantener viva la llama del amor cuando has celebrado las bodas de plata, añádele una sequedad vaginal del tamaño del desierto del Sahara.

Ni lubricantes ni niño muerto. Es como cuando intentas encajar en tu dedo un anillo que te queda pequeño. No hay placer por muy bonita que sea la joya o grande el pedrusco. Y, por si te preguntas si tiene doble sentido la frase, lo tiene.

Si los problemas se hubieran quedado aquí, puede que llegaras a asumir esta nueva etapa de tu vida con relativa rapidez, pero es que nos queda otro chiste malo: las hormonas.

¿Qué les pasa a tus hormonas con la menopausia?

¿Pues qué les va a pasar? Que te abandonan. Que te dejan por una más joven. ¿No te suena?

Otras amiguitas a las que no prestas demasiada atención hasta que empiezan a faltarte. Un acto muy humano, por otra parte. Ellas, o mejor dicho, su ausencia, es la causante de la pérdida de elasticidad y relleno en la piel y de que se ralentice el metabolismo. Conclusión: el pellejo te cuelga como un bolso viejo al tiempo que tu cuerpo se hincha como un pez globo. Por ir al grano y sin mucha literatura.

Los expertos aseguran que si has trabajado antes para que tu cuerpo esté en forma y ejercitado, el cambio no será brusco y volverás a tus formas en poco tiempo. Pero, una vez más, yo llego tarde.

A mí no me da el día para cumplir con todas las recomendaciones para una vida saludable: aparte de tener que trabajar (sin prescripción facultative), hay comer sano cinco veces al día y con cinco raciones de frutas y verduras, limpiarte la cara dia y noche para mantener la piel radiante, realizar ejercicios de suelo pélvico y de resto del cuerpo, caminar mínimo 30 minutos, ir al baño al menos una vez al día, lavarte los dientes tres veces al día… a mí me faltan horas y me sobran kilos, así que voy más despacio.

Con todo esto, debo reconocer que mentalmente estoy muy bien, y menos mal, porque si encima estuviera desquiciada, el fin del mundo estaría un poco más cerca.

Si aún no has entrado en la menopausia, disfruta de tu menstruación. Lo que viene puede ser peor.

Si estás en el club de las menopáusicas, cuéntame qué tal lo llevas tú. Ya sabes, mal de muchas, consuelo de guapas.