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Lo que nadie te cuenta del folio en blanco

Lo que nadie te cuenta del folio en blanco

Son muchas las semanas, los días, las horas, los minutos. 

Hoy ya son 10 semanas y media, 73 días, 1.752 horas, 105.120 minutos... A veces me obsesionan ciertos números.

No lo estoy contando, en serio. Solo hoy, con la mente en blanco, el cerebro seco, las ideas migrando hacia sesos más prolíficos, me ha dado por calcular el tiempo que me ha durado ese estirar las vivencias y sentimientos del pasado para sacarles el jugo que me llenara un vaso de letras con sentido. 

Y he llegado hasta aquí. 

Ya ni siquiera discuto. Ni con hijos, marido, el carnicero de la uña larga cuando me corta las pechugas a mala leche. 

Las del pollo. Las mías no las toca nadie. Y si no que se lo pregunten a mi amante esposo. 

He dado por perdido no solo ese folio en blanco que me mira desafiante, sino también la pantalla en blanco, el cuaderno sin anotaciones para desarrollar más tarde en forma de post o de relato o de capítulo de un libro. 

Porque si no le saco punta a nada de lo que me pasa, porque nada me pasa, ¿qué voy a escribir? 

Hay que enfrentarse al folio en blanco

Los recursos tienen limitaciones. Igual que nuestra movilidad en estas fases de desescalada que en algunas zonas lucen hasta decimales. 

No solo me toca luchar contra mi propia frustración, mis bajones de autoestima, mis ansias de acabar con las reservas de macarrones de Italia, mis brotes de angustia, mi pena infinita... Tengo que convencer con mimo y palabras dulces a dos adolescentes de que todo esto pasará. Que se hace obligatorio madurar y pensar en el bien colectivo y no el individual. Aguantar sus ataques de ira (controlados) porque ansían recuperar su perdida libertad. 

Y no lo estoy llevando mal, no creáis. En circunstancias normales mi casa se habría vuelto la guerra de la Independencia de alguna república bananera.

Pero estoy tan vacía como ese folio insultantemente blanco y me importa una mierda todo. Con perdón de lo escatológico. 

Ojalá esta nueva Mar me inspirara para rellenar con frases graciosas lo que estamos viviendo en este nuestro hogar. Pero mucho me temo que he desconectado el cerebro. O, peor aún, que ha sufrido una subida de tensión y tiene que pasar por boxes para conseguir que vuelva a pensar. 

El duendecillo amargado, parásito amarrado a mis más profundos sentimientos, resucita en esas ocasiones y me restriega en la cara mi fracaso. Me recuerda que yo un día lo dejé todo para escribir, y escribir y escribir... y ahora no me sale ni una sílaba. 

No encuentro el adjetivo que describa lo que siento.

No hay sustantivo capaz de poner nombre al vacío de verbos y acción. 

Del ordenador a la cocina, de la cocina al ordenador. 

Descansos para preparar la alfalfa de toda la familia y planchar las pocas lavadoras que tengo ganas de poner. 

Me sigo levantando a las 7 de la mañana tenga inspiración o no. Pero no por ello dejo de procrastinar. Uno de esas palabras de moda, que si no utilizas al menos una vez a la semana, dice mucho de tí y tu capacidad de salir del baúl de los viejunos

Cada mañana me bebo a sorbos la pereza junto con el café.

No voy a dejar para mañana lo que puedo hacer hoy. Aunque, siendo sincera, no siento pereza sino un páramo ante mí. Tengo dos libros empezados y paralizados en una escena concreta cada uno. Y no es cuestión de argumento, estructura o dejadez. Es que me siento incapaz de escribir. 

Algunos lo llaman bloqueo del escritor. Yo no soy tan remilgada y lo calificaría como una putada del calibre 22. Si no existe para armas pequeñas y es un cañón, mejor.

folio en blanco

Tengo muchos maestros. Cuando le di un giro de 180 grados a mi vida (los de 360 te dejan en la misma casilla de salida, no te olvides) no lo hice sin mochila. Llevaba unos cuantos cursos y máster cargados a la espalda que me darían una base sólida de formación para escribir. 

En todos había una recomendación común: escribe todos los días, incluso aquellos en lo que no tengas nada que decir. 

Y yo, como alumna obediente, me enfrento a diario a esta pantalla en blanco, al folio en blanco, al cuaderno en blanco... ¡Todo es blanco menos mis paredes!

Cómo luchar contra el folio en blanco

Escribo. La lista de la compra, los apuntes que paso a limpio, las tonterías que me pasan por la cabeza sin ningún hilo narrativo, personajes o puntos de giro. Justo ahora que tenía todo el tiempo del mundo la imaginación me abandona. Hubiera preferido que la huida la protagonizara mi desodorante.

El miedo es el villano perfecto. Paraliza mis dedos y me obliga a apretar los puños. Visualízalo, es difícil escribir de esta manera. Más bien te apetece golpear. Y no es mi estilo.

Sueño con que soy una impostora, o ni siquiera, una estúpida que un día creyó que sabía escribir. Y me comparo con quienes me creo que triunfan solo para salir perdiendo. Ese vicio de hundirse en la miseria un poco más cuando pierdes la esperanza. 

Si supiera plasmar todos estos malos en una nueva novela, personificando todos estos sentimientos, estoy segura de poder escribir un excelente material. Pero no quiero darles demasiada importancia. Si los elevo a categoría de protagonista, antagonista, personajes secundarios y otros roles similares, les estoy dando entidad, voz, voto, y lo peor, una cómoda existencia en mi vida. Un lujoso dúplex en medio del Paseo de la Castellana con servicio doméstico incluido.

Así que, por mucho que me cueste, yo sigo pensando en mis personajes semi abandonados en el rincón del desván de mi creatividad. Y les limpio el polvo a diario y les dedico unas pocas palabras. 

No van a ganar los malos de mi historia. El folio en blanco se llenará con mis letras. 

El triunfo no se mide con fama, dinero o reconocimiento. El triunfo es superarte a pesar de las dificultades. 

Si has llegado hasta aquí, mucho me temo que te has visto reflejad@. No hace falta querer ser escritor para vivir esta experiencia. 

Cuéntame cuál es la tuya, me encantará leerte. Y así, sabremos, tú y yo, que no estamos sol@s. 

 

 

 

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